lunes, 30 de junio de 2008

MUERTE DEL ESQUIZONAUTA


Cuando llega la hora de la muerte sólo quedan visiones. Ella inserta su cuchillo en mi pecho y yo me veo nacer de nuevo en el Palacio. Mis antenas exploran el día en que me hicieron un pequeño hombre.
Sin embargo aún recuerdo que fui el fuego y el mar. Que fui mitad humano y mitad máquina. Que mi vida se deslizó en la ambigüedad de los placeres corporales del sexo.
He sido miles de mí. He vivido millones de vidas. Conozco los secretos del universo. Ahora despego para siempre de este cuerpo que contemplo inerte.
Mis ojos se cierran y caen en la zona donde todo se desvanece. Sé que estaré liberado de la conciencia que martilló mis días. Y que renaceré en la repetición análoga de lo que fui. Porque lo que se es nunca muere y quedará en el pasado cuando yo comience a ser el cielo celeste que sostiene en su espalda, una luna misteriosa.

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