lunes, 30 de junio de 2008

LOS DÍAS PERFECTOS


Lo recuerdo bien; mi tía dijo suavemente en mi oído: -Ven a mi cuarto, te inyectaré un día perfecto-. Cuando cenamos la miré tímidamente... deseaba que fuese sólo mía, que su sonrisa me perteneciera. Sonrió inclinando sus piernas desde el trono con forma de venera roja.
Por la noche caminé por el castillo. De su puerta salía un brillo de miel. Cuando entré la vi. Su clítoris brillaba como una perla y silbaba una música suave. En sus manos tenía una jeringa con una droga electrónica. Me abrigué en sus pechos y al abrazarla sentí un líquido mágico, que comenzó a subir hasta llegar a mi cabeza: era aún más preciosa de lo que había imaginado.
Un sueño se deslizaba como agua de sus senos y caía hacia mi boca. Después, ella comenzó a multiplicarse por la habitación en otras mujeres completamente diferentes. Algunas bailaban para mí en mesas de diamante azul, con incendios bajo sus polleras. Por la ventana veía que el mar copulaba con la tierra y al mismo tiempo yo estaba copulando con ella y todas las otras que giraban a mi alrededor. Después, todo comenzó a repetirse; la noche, ella, las mujeres incendiadas y un paseo en el que era cargado por la orilla del mar.
Por la noche cenábamos y ella volvía a guiñarme los ojos. Y yo me arrastraba a ese sueño como si estuviese embrujado. Las pociones que me daba eran diferentes.
Había conocido el amor y me entregaba a él, como si fuese un experimentado amante. Sólo los dos sabíamos eso. Guardábamos el secreto como un tesoro. Yo esperaba las inyecciones ansioso. Si no dormía con ella al otro día sentía rabia y lloraba. Pero el día esperado siempre llegaba y no quería que eso acabara jamás.
Ese día se festejaban, en el reino, mis nueve años.

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